¿Qué tipo de educación necesitamos en el mundo de ChatGPT y las IA generativas?
Además de un update sobre las últimas semanas
Hace más de un siglo, en 1913, Thomas Edison soltó una predicción de las suyas: “Los libros pronto serán obsoletos en las escuelas”. Creía que el cine —ese celuloide recién llegado— sustituiría a los textos… e incluso a los docentes. “En diez años”, dijo.
Bueno, aquí estamos. Los libros siguen ahí. Las escuelas, también. Y los docentes, por suerte, más necesarios que nunca.
Edison se equivocó en el qué, en el cómo y en el cuándo. Pero no en el fondo: cada vez que aparece una nueva tecnología, volvemos a soñar —o temer— con que revolucionará la educación. Y en parte, no deja de ser verdad. Pero no por el artilugio en sí, sino por lo que hacemos con él.
La semana pasada tuve el privilegio de participar en una jornada organizada por la OEI y el Informe GEM de la UNESCO, titulada “Liderazgo educativo y tecnología”. Allí lo vimos claro: la disrupción educativa de nuestro tiempo no viene del cine, sino de la inteligencia artificial generativa.
Y esta vez, los datos empiezan a acompañar al entusiasmo.
Un estudio reciente del Banco Mundial, realizado en Nigeria, mostró algo que —si se confirma y se escala— puede ser un punto de inflexión: tras solo seis semanas de sesiones extraescolares con un chatbot educativo basado en GPT-4, el alumnado mejoró el equivalente a dos años escolares completos en habilidades de escritura y gramática.
Dos. Años. En. Seis. Semanas.
¿Milagro? No. Método.
Porque no estaban solos. Cada pareja de estudiantes trabajó con el acompañamiento de un docente humano. Un profesional que supo integrar la herramienta en un proceso pedagógico significativo.
La IA no reemplazó al profesorado. Lo reivindicó.
No cuestionó su rol. Lo amplificó.
Y ahí está el corazón de la cuestión. No se trata de tener o no tener tecnología. Se trata de liderazgo: de saber cómo usarla, con qué propósito, con qué valores.
Ese fue el hilo conductor de la jornada. Cómo formar a los líderes educativos de Iberoamérica para que no se limiten a adoptar tecnología, sino que la pongan al servicio de una educación más inclusiva, más justa, más potente.
Y como en toda buena conversación, la jornada no se cerró, sino que abrió más preguntas. Preguntas que continuamos al día siguiente, en una nueva sesión centrada en el papel de los docentes ante la IA.
La pregunta de partida era directa, casi incómoda:
¿Estamos preparados para las oportunidades que la IA nos ofrece en América Latina?
Y, sobre todo:
¿Qué necesitamos tener en cuenta para estarlo?
Me vino a la cabeza una frase que citamos durante el evento, de la pionera Grace Murray Hopper:
“La frase más peligrosa en cualquier organización es: Esto siempre se ha hecho así.”
Porque si algo define este momento es la incertidumbre. Sobre el futuro del trabajo, sobre el aprendizaje, sobre el rol del profesorado, sobre cómo garantizar la equidad.
Y como dijo alguien en la mesa (perdón por no recordar quién): en biología, la inteligencia no es saber qué va a pasar, sino ser capaz de prepararse para distintos futuros posibles.
El problema es que nuestros sistemas educativos han sido diseñados con una lógica lineal. Pero vivimos en un tiempo exponencial.
Y eso nos obliga a un doble movimiento: aprovechar el potencial de la IA para personalizar, automatizar y ampliar el acceso, pero sin perder de vista sus riesgos: la desinformación, la dependencia, el sesgo, el aumento de desigualdades.
No innovar ya no es una opción.
Pero hacerlo sin criterio, tampoco.
Por eso necesitamos espacios como estos. Para pensar con espíritu crítico, pero también con vocación transformadora.
La inteligencia artificial no es una amenaza ni una varita mágica. Es una herramienta. Y como toda herramienta, lo que cuenta es quién la usa, cómo… y para qué.